Mi nombre es María Jose Martinez del Rosal Arroyave y esta es mi historia…
Hace un año y medio mi vida era diferente, muy diferente. Mis preocupaciones eran otras y definitivamente mis prioridades también lo eran. Mi vida transcurría entre el corre corre del día, el trabajo y el disfrutar a mi esposo y a mi hija. En agosto de 2015 a mis 37 años fui diagnosticada con cáncer ovárico en estadío 3b. Cuando entra a tu vida un diagnóstico de cáncer sentís que tu mundo se derrumba. Mi mayor miedo siempre fue padecer de la misma enfermedad que acabó con la vida de mi mamá. Con un diagnóstico de cáncer gástrico yo la vi desaparecer frente a mis ojos como una hoja seca. No me consideraba lo suficientemente fuerte para sobrellevar un proceso tan fuerte, pero la vida se encargó de probarme lo contrario. Después del diagnóstico inicial todo mi plan de vida se derrumbo; mis sueños, el deseo de envejecer junto a mi esposo, la ilusión de ver crecer a mi niña, ¡todo se vino abajo!. Estaba segura que esa era mi sentencia de muerte, y lloré!!! Lloré dejando la vida y los sueños en cada lágrima, y cada noche veía dormir a mi hija preguntándome que iba a ser de ella sin mamá. Y de pronto algo cambió, algo encajó en perfecto lugar dentro de mi.
Solo puedo atribuirlo a la fe, pero pase de la tristeza infinita a estar dispuesta a pelear la batalla de mi vida, la batalla por mi vida. Mi motor más grande fue, ha sido y será siempre mi familia; toda esa gana de vivir, de luchar, de estar dispuesta a enfrentar todo lo que venga, toda esa fuerza me la han dado ellos. Le pedí a Dios que me abriera las puertas correctas y eso fue exactamente lo que pasó. Empecé un proceso de quimioterapias de la mano de un médico y una enfermera maravillosos y rodeada de familia y de amigos espectaculares. Cuando llegué a la primera quimio tenía más miedo del que jamás he tenido en la vida, pero como siempre le digo a mi hija, tener miedo es de valientes, y así empezamos.
Me ponían una quimio semanal y a la cuarta semana, justo el día de mi cumpleaños, empezó a caerse mi cabello, y probablemente sonará a vanidad, pero es una de las cosas más difíciles de sobrellevar durante la enfermedad. Verte al espejo sin cabello es como la reafirmación de que realmente estás enferma, antes de eso todo es tan surreal, como en un sueño, o mejor dicho una pesadilla de la que crees que en algún momento despertarás. Cuando te ves al espejo sin cabello, te das cuenta que es real, que es algo que verdaderamente está pasando.
Ese día celebré mi cumpleaños y por la noche mi esposo (mi amado e increíblemente espectacular y valiente esposo) rapó mi cabeza. Fue por mucho uno de los momentos más difíciles de mi vida. Pero, como todo en esta vida, pasó. Los seres humanos somos infinitamente adaptables, y a los pocos días ya me había acostumbrado a ver a la nueva yo.
Una de mis grandes preocupaciones era que mi hija se asustara al verme, así que el proceso del cabello fue gradual. Pase de cabello hasta la cintura, a cabello al hombro, luego pixie cut y luego rapada. ¡Mi niña en su infinito amor, inocencia y bondad me hizo todo el proceso tan fácil! Lo aceptó como la pequeña valiente que ha sido hasta el día de hoy. Durante un año traté de que mi vida transcurriera lo más normal posible, la dinámica familiar se mantuvo dentro de lo posible, seguí trabajando en mi estudio de diseño, emprendí mi negocio de aceites esenciales (los cuales me han ayudado en todo este proceso de una manera espectacular), viajé, estudié, y me di cuenta de que ¡mientras más ocupada mejor!.
En septiembre del año pasado termine mi tratamiento y sigo sintiendo que todo esto ha sido como una gran montaña rusa. Debo decir que nunca me sentí más amada y cuidada. Mi esposo, mi familia y mis amigos se dieron a la tarea de cuidarme, ayudarme y abrazarme con un amor que me ha llenado hasta el alma. Hicieron de mi batalla su batalla y la pelearon conmigo, hombro a hombro. Rifas, colectas y conciertos se realizaron para mi. ¡Me sentí tan amada! Este camino también me ha llevado a conocer personas espectaculares, que aún sin conocerme se preocuparon por tener para mi una palabra de aliento, una oración, un abrazo, un gesto cualquiera, grande o pequeño, todo ha contado, todo ha dejado una huella en mi corazón. Toda esta situación me hizo reevaluar la vida y en general renovar mi fe en la humanidad. Me re-confirmó que soy amada, bendecida en abundancia, premiada de muchas maneras. Me hizo darme cuenta que soy fuerte y valiente como jamás imaginé, y que si me lo propongo puedo con cualquier situación que me toque enfrentar en la vida.